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  • Foto del escritorJoanna Ruvalcaba

El caballero y la bruja

El caballero llegó por fin hasta el temido templo de piedra volcánica. Dos tétricas antorchas iluminaban la oscura entrada con su mortecina luz roja. Miró de nuevo aquella monstruosidad a la que llamaban la Boca del Dragón. Las estalactitas bajaban formando los dientes y dos brillos malignos en lo alto parecían observar al recién llegado. Esa era la morada de la bruja de Fuego. Miró entonces entorno suyo. El panorama era lúgubre y desolador. Se preguntó cómo es que alguien podría tolerar vivir ahí siquiera por un solo día. Entonces, notó la puntiaguda cordillera ante sus ojos y un escalofrío recorrió su espalda. Aquello no era solamente una gigantesca cueva simulando el rostro de un dragón. Mirando un poco más allá, se podía ver todo el cuerpo. Era un dragón entero convertido en piedra.

Algunos decían que aquella bruja se había casado con un demonio; otros, que había devorado su corazón para adquirir todo su poder. Como fuera, ahí estaba él, a punto de enfrentarla.

Tomó aire una vez más y desenvainó su espada. Sus amigos habían quedado todos en algún punto del camino, hechizados o heridos. Si quería salvarlos, junto con todos los demás reinos, debía atravesar aquel sombrío umbral y matar a la bruja.

Al dar el primer paso adentro, un camino de fuegos rojos iluminó la garganta del dragón, guiándolo hacia las profundidades.

Podía escuchar su respiración fuerte y contenida, así como el rechinar de su armadura, al tiempo que caminaba hacia su destino. Miraba todo con asombro. Aquello realmente parecía el cuerpo de un monstruo. Tembló de solo imaginar que aquella cosa pudiera llegar a cerrar la boca y encerrarlo para siempre. ¿Y si la bruja no estaba ahí? ¿Sería una trampa? Deseó más que nunca que Baldo estuviera ahí para que hiciera aquellas preguntas por él, y que Kalia le dijera que estaba diciendo estupideces, que todos sabían que la bruja lo esperaba ahí.

No tardó mucho en encontrar una puerta redonda de piedra. No había señales, pero era obvio lo que se necesitaba: su sangre. Se hizo un cortada en la mano izquierda y puso esta sobre la piedra oscura. Al instante, la roca cedió a un lado, dando paso al héroe.

Al otro lado, le sorprendió un fulgor dorado que parecía venir de todas partes. Tuvo que parpadear un par de veces. Ahí estaba ella, sentada en un trono de piedra, rodeada de cadáveres con armadura y montones de piezas de oro brillando a la luz de los fuegos rojos que flotaban todo alrededor.

La bruja no parecía emocionada en lo absoluto. Miraba aburrida un viejo libro. Cuando el caballero entró, ella apenas levantó la mirada un momento.

­–Vienes a matarme –dijo ella con frialdad a modo de saludo.

–Solo así salvaré a los Reinos del Sur y a mis amigos –respondió él con firmeza.

Ella sonrió.

–Claro. Pero dime, ¿no es malo matar?

­–No, si matas al villano.

–Sí, claro. Bueno, eso fue lo que yo hice y terminé desterrada en este horrible lugar.

El caballero no respondió, pero su asombro debió ser evidente para la bruja, quien continuó.

–Ah, ¿no lo sabías? Este es el castigo para una mujer innoble como yo. Tu querido Rey, llamado El Justo fue quien me condenó a ser lo que soy.

–Ya lo has dicho –respondió el caballero–. Es un hombre justo.

La sonrisa de la bruja se ensanchó aún más.

–Ese hombre es tan justo como yo o como tú. Tú has matado a varios de mis aliados porque piensas que tu misión es justa y noble. Yo maté al bastardo del Rey, porque era un miserable que ansiaba el poder de su padre.

El caballero notó cierto brillo en la mirada de la bruja.

–Lo amabas.

–Sí –respondió ella a la defensiva–, pero eso terminó cuando vi que en su corazón podía más el poder que el amor. Él también me amaba, pero no podía casarse con una mujer que hubiera servido en la guerra. Ahora tiene lo que se merece. Una reina bonita y otro bastardo que le cortará el cuello en cuanto sea conveniente.

–¿Y por qué incendiaste el barrio de los artesanos?

–Ah, eso. Como sabrás, me convertí en una poderosa bruja. ¿Qué más podía hacer aquí sola? ¿Sabes? Me aburro mucho.

El caballero alzó su espada.

–Morirás y tu maldad, contigo.

La estridente risa de la bruja reverberó en la cueva erizando los vellos de la nuca del caballero.

–Tú no entiendes nada, joven y apuesto caballero dorado.

La bruja alzó entonces los brazos y empezó un cántico incomprensible para el héroe. Súbitamente, sintió como si hilos de acero jalaran sus miembros hacia arriba y lo movieran contra su voluntad. La bruja se movía ante él en una danza tétrica que semejaba los movimientos de un titiritero. El héroe se sorprendió ante la fuerza con la cual lo controlaba. Era inmensa. No tenía ni idea de cómo podría salvarse esta vez. Sus amigos no podrían llegar a salvarlo y él era el último de los caballeros dorados del Rey. Se vio a sí mismo flotando hasta estar a solo un paso de la bruja y entonces el control desapareció.

–Vamos –lo incitó ella–. ¿No viniste a matarme?

Tenía que haber alguna trampa, pero no podía encontrarla. Era demasiado fácil. Ella estaba tan cerca. Un solo golpe con su espada y estaría hecho. Demasiado fácil.

–Vamos, caballerito. Cumple con tu destino. Mata a la bruja, vuelve como el héroe invencible que eres.

Una risa escalofriante subió por su garganta.

Vuelve a tu reino para descubrir que tu Rey está muerto, asesinado por su propio hijo al que despreció toda su vida, asesinado cuando el último de sus caballeros dorados dejó el castillo. ¿Que para qué incendié a aquella gente? Pues para hacerte venir, por supuesto. Tú no acompañarás a tus colegas en esta cueva. Tú volverás para que el nuevo rey te cubra con honores y tu corazón se pudra entre la riqueza y los dones antes deseados. Esa es mi venganza.

El caballero dio un paso atrás, confundido. Luego, la miró de frente.

–Entonces, te llevaré conmigo y descubriremos las intenciones de Farnir el bastardo.

–Ah, pero no es tan simple, caballerito mío. Él solo se atreverá a hacerlo, cuando te vea entrar triunfante en el Reino. Además, si me dejas con vida, nadie creerá lo que digo, porque yo soy la mala. ¿Entiendes? Te matarán por traicionar a la Familia Real y yo volveré a causar dolor en el mundo hasta que el mío se vea saciado. No hay alternativa.

–Siempre la hay –respondió el héroe.

Pero en ese momento, la bruja le lanzó una llamarada al rostro que él no alcanzó a esquivar por completo. Empuñó con fuerza la espada y ella simplemente se dejó caer hacia él hasta quedar atravesada por la fría hoja. El peso de su propio cuerpo sustituyó a la fuerza y, en menos de un minuto, ya estaba ella sangrando en el suelo.

–Ahora ve, héroe. Dale mis saludos al Rey.

Entonces, las llamas de la cueva comenzaron a girar entorno suyo. Alargadas sombras los rodearon, creciendo cada vez más.

–¿Qué sucede?

–Vienen por mí –respondió la bruja–. Es momento de pagar por el poder prestado. Huye, antes de que te devoren a ti también.

El círculo de rojas llamas aceleró su movimiento y comenzó a cerrar el círculo. El héroe no tuvo más opción que huir de ahí, mientras hubiera tiempo. Al salir, un grito proveniente de la cueva lo estremeció por completo y un haz de luz roja cruzó al cielo. Aquella era la señal. Debía correr para salvar a su soberano.


La venganza de la bruja se cumplió. El caballero no llegó a tiempo de salvar a su Rey, pero él decidió cambiar su destino. Se negó a recibir los honores esperados y asesinó al nuevo monarca en su trono. Sin esperar más, huyó al exilio, abandonando su dorada armadura, preguntándose cómo habría sobrevivido ella aquel infierno y cómo lo haría ahora él, sin dejarse absorber por las tinieblas.

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