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  • Foto del escritorJoanna Ruvalcaba

El relato

Actualizado: 28 ene

Cuando aquel relato se publicó en la página principal de la escritora, causó tal conmoción, que se volvió viral a los pocos minutos. La gente aseguraba no haber leído nada como aquello. Era inquietante y, al mismo tiempo, era imposible detenerse hasta haber llegado al final. Sin embargo, una ola de muertes recorrió el continente. Todos habían muerto en la madrugada, durante un sueño profundo. Todos morían con los ojos abiertos, desorbitados, en una mueca de espanto difícil de confundir. Era gente de todos los estratos, de todas las edades.

La policía internacional estaba confundida. Alguien mencionó el hecho de que todas aquellas víctimas silenciosas habían estado en internet antes de morir y que en todas esas cuentas había un común denominador: la última página visitada era un relato de terror. La propuesta fue recibida con carcajadas y burlas por parte de los demás oficiales, pero un escalofrío los recorrió al ver que no había una sola persona fallecida en aquella ola que hubiera hecho otra cosa antes de dormir. Aquella noche murieron otros tantos y, por más que intentaron evitarlo, la noticia del relato maldito se esparció como la pólvora en las redes. La curiosidad atraía más y más víctimas, que caían muertos a la siguiente noche. Era imposible detener aquella ola de fascinación y muerte. Imposible saber quién sería el siguiente. Parecía ridículo, pero la única forma sería tirar la página de la escritora, y así lo hicieron. El documento se guardó, sin embargo, en los archivos generales, con una sencilla nota: No leer. Peligro de muerte.

En otras naciones rieron también de las extrañas medidas de la policía local. Las muertes, por otra parte, cesaron.

Fueron tres días de tranquilidad. Solo tres. El teléfono sonó con urgencia en la estación. El fenómeno se había repetido en la noche. Había otro relato en las redes. La página era nueva y nadie se atrevía a verificar si era el mismo que el anterior. Dispusieron a un equipo para que bajara aquel contenido de inmediato de la red y cualquier otro por el estilo. Tuvo que ser un equipo entero, ya que resultaba difícil reconocer cuál sería el relato maldito… hasta que empezara a haber víctimas. Para su sorpresa, las páginas se generaban con aquellos macabros textos a una velocidad inimaginable.

Podía parecer risible, pero en realidad era apremiante. Una camioneta con especialistas a bordo rastreó la computadora fuente de aquella creación insana. Dieron con el edificio y rápidamente lo rodearon. Subieron al séptimo piso, tiraron la puerta, entraron con las armas en alto.

Lo que vieron ahí les heló la sangre. El departamento estaba desordenado. Había libros, papeles y comida podrida por todas partes, en el suelo. El único mueble era un escritorio con silla ante el cual escribía frenéticamente una mujer. Sus cabellos largos le cubrían el rostro. Sus manos no se detenían un momento.

Le hablaron, pero ella no reaccionó. Enviaron a un soldado a acercarse. Este le hablaba y daba pequeños pasos, sin poder disimular el temblor que le recorría todo el cuerpo. Le tocó el hombro y entonces dio un paso atrás. Su superior lo instó a que avanzara. El hombre se resistía a volver a tocarla, por lo que le apuntó y la amenazó con voz aguda. Su superior lo empujó a un lado y, tomando a la mujer por el hombro, la hizo volverse. Un brazo se zafó del cuerpo, sin dejar de escribir. Ante el hombre había un cadáver de mirada vacía que había crujido secamente al volverlo. Los ojos estaban opacos, la piel era como el pergamino, la boca se abría en un eterno grito, por el peso de la mandíbula. Las manos, sin embargo, continuaban escribiendo.

En un arranque, el oficial disparó seguidamente al aparato, al cuerpo y más de seis disparos fueron dirigidos a las manos.

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Si has llegado hasta aquí en el relato, asegúrate de compartirlo antes de ir a dormir.



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