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  • Foto del escritorJoanna Ruvalcaba

Lluvia, café y una sonrisa

Hubo algo en el ambiente, en la llovizna que la hizo regresar por un paraguas, en el semáforo que se puso en rojo justo cuando él iba a cruzar la calle; en lo aparentemente fortuito, en su manera de moverse y dirigirse exactamente al mismo café para, luego, pedir el mismo espresso cortado.

Algo hubo de inefable y de irreal al momento en que ella se volvió y descubrió sus ojos. Una sonrisa nació en su boca y destelló en su mirada como diamantes a la luz de una apacible luna. ¿Y él? Él quedó suspenso en la admiración de aquel encuentro. Ella no defendió las murallas; él soltó las armas. Estaba sin palabras, sin estrategia ni movimientos astutos. Era el encuentro de dos astros en la noche del mundo y el silencio era la canción perfecta.

Una tarde de lluvia, una mirada, una sonrisa. No necesita más un corazón que encuentra a su dueño.

Se sentaron juntos en la mesa que daba a la ventana, ese que sería entonces y para siempre su rincón favorito en el mundo.

Al primer roce accidental de las manos, lo supieron. Esas manos se extrañaban, se habían buscado al través del tiempo y el espacio hasta hallar ese momento. Se habían encontrado y no podrían volver a ser separadas nunca más.

Eran dos viejos amigos que estaban por conocerse, dos almas que se amaban sin saber sus nombres; era un milagro difícil de creer que les estaba sucediendo en la claridad de la vigilia. Era inexplicable.

Esa tarde de lluvia tomando café y contando anécdotas ambos sintieron, por primera vez, que estaban en casa.

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